Descubren una región cerebral relacionada con la paranoia

26 de julio de 2024

La paranoia es un estado mental caracterizado por una tendencia a sospechar o desconfiar de los demás, de forma intensa e irracional. Las personas con paranoia a menudo tienen la creencia de que los demás tienen la intención de dañarle o engañarle o incluso la creencia y sentimiento exagerado de que hay una persecución o conspiraciones contra uno mismo.

Los resultados de este estudio con monos indican que el daño en una región específica del cerebro, el tálamo mediodorsal, provoca comportamientos similares a los observados en humanos con paranoia, como una mayor sensibilidad a los cambios y dificultad para aprender de los resultados. Estos hallazgos sugieren que esta región del cerebro desempeña un papel fundamental en el desarrollo de la paranoia, lo que proporciona un objetivo potencial para futuros tratamientos.

Comentado en Psypost

Por Alfredo Calcedo 17 de diciembre de 2025
Los adolescentes que tienen perros tienen un bienestar superior a los que no los tienen. Sin embargo, no está claro cuál es el mecanismo subyacente por el cual, tener un perro afecta al bienestar de los adolescentes. Como la tenencia de perros influye en la composición de la microbiota en el entorno doméstico, este estudio examina el microbioma de adolescentes que poseen perros y se analizan posibles asociaciones con la salud mental y el comportamiento en los participantes adolescentes de la cohorte. Los hallazgos revelan que los adolescentes propietarios de perros mostraron menos problemas con las puntuaciones psicológicas. Los ratones tratados con la microbiota de adolescentes dueños de perros mostraron un mayor acercamiento social a un compañero de jaula atrapado. Se realizó un análisis de asociación entre las puntuaciones psicológicas de los adolescentes y el comportamiento del ratón con la abundancia de cada variante de secuencia de amplicón (ASV) del microbioma, y se encontró que las ASV pertenecientes a Streptococcus se correlacionaron con el acercamiento social en ratones ex-libres de gérmenes y las puntuaciones mentales en los adolescentes. Estos resultados sugieren que la microbiota puede estar parcialmente involucrada en la mejora del bienestar de los adolescentes que viven con perros.
Por Alfredo Calcedo 17 de diciembre de 2025
Artículo de opinión que analiza cómo la extensión radical de la vida podría amenazar la virtud cívica en sociedades desiguales . Imaginemos un futuro en que terapias avanzadas—genes, senolíticos—permiten vivir siglos con plenitud. El problema no estaría únicamente en el deseo de inmortalidad, sino en cómo esas tecnologías se distribuirían preferentemente entre los más acomodados. La desigualdad actual ya impacta en el acceso a fármacos potentes, como los agonistas GLP-1 usados contra la diabetes, prioritariamente disponibles para los ricos. Si se replicara este patrón con intervenciones para alargar vidas, los adinerados podrían llegar a vivir no solo más años, sino vidas notablemente más sanas y largas que el resto. Eso crearía una “brecha de longevidad” que va más allá de una simple injusticia material—intenta erosionar la base moral sobre la cual construimos nuestra comunidad política. Las virtudes cívicas—como la capacidad de reconocer a los demás como iguales, escuchar sus necesidades y asumir la voluntad de limitar el propio interés—son esenciales para sostener una democracia liberal. Sin cierto grado de “amistad cívica” y reconocimiento mutuo, los procesos políticos se vuelven meros juegos de poder. Usando la metáfora de Dickens: sólo cuando nos vemos como compañeros en el camino hacia la muerte —como en Cuento de Navidad— emergen vínculos comunitarios reales. Ahora, si los ricos no solo viven más sino que desarrollan perspectivas temporales distintas —escenarios de vida que ahora incluyen ser padres a los 100, cambiar de carrera a los 200— las experiencias comunes en torno a hitos vitales (30, 50 años) perderán toda su resonancia compartida. Esa distorsión socava esa narrativa colectiva que permite vernos como iguales, socava la empatía, y puede generar alienación, deshumanización del “otro” y una política basada en categorías biológicas o temporales. Esto no significa que debamos rechazar por completo la extensión de vida. Puede tener posibles beneficios médicos o individuales. Pero en un contexto de desigualdad, introducir estas tecnologías sin contramedidas —distribución equitativa, regulación, políticas de cohesión—podría dañar el tejido moral de la sociedad. En definitiva, de acuerdo con el autor del artículo hay un doble temor: por un lado, la injusticia que representa una brecha de longevidad; por otro, el efecto corrosivo sobre la virtud cívica, esa fuerza invisible que permite a las personas actuar como ciudadanos conscientes, solidarios y justos. Es un llamado a pensar no solo en cómo prolongar la vida, sino en qué vida común queremos mantener como base de una comunidad plural y democrática.
Por Alfredo Calcedo 17 de diciembre de 2025
El artículo examina la evolución histórica de la longevidad humana para extraer principios éticos aplicables a la gerociencia contemporánea . A mediados del siglo XIX, la esperanza de vida al nacer rondaba apenas los 39 años en Estados Unidos. Sin embargo, con mejoras en higiene (como el tratamiento del agua y el manejo de residuos), avances en saneamiento, nutrición, vacunación, antibióticos y medicina preventiva, esta cifra se duplicó en apenas cien años, alcanzando los 70 años hacia 1960 y los 78 en 2023. Esta perspectiva histórica revela que el envejecimiento, lejos de ser inmutable, responde a intervenciones colectivas y políticas públicas. Los autores subrayan que los logros en salud poblacional han coexistido con profundas desigualdades. Las mejoras en longevidad no se distribuyen equitativamente entre países ni grupos socioeconómicos, lo que evidencia el peso de los determinantes sociales. Además, prolongar la vida sin garantizar calidad genera tensiones demográficas, económicas y sanitarias, como el aumento de enfermedades crónicas y la presión sobre sistemas de pensiones. En este contexto surge la gerociencia, disciplina que busca intervenir en los mecanismos biológicos del envejecimiento mediante estrategias como senolíticos, inhibidores de mTOR y reprogramación celular. Su objetivo no es solo extender la vida, sino optimizar la salud durante la vejez. Sin embargo, esta promesa plantea desafíos éticos significativos. Los autores proponen tres lecciones esenciales: responsabilidad intergeneracional, para anticipar impactos sociales y económicos; equidad, para evitar que los beneficios se concentren en élites; y continuidad histórica, que exige fortalecer infraestructuras básicas como saneamiento y vacunación, pilares de cualquier progreso en salud. En resumen, concluyen que la gerociencia puede ser una promesa transformadora, pero solo si se integra en una visión ética y colectiva, que contemple tanto el potencial biológico de la vida humana como el poder de las comunidades, las políticas y las instituciones para sostenerla.