Cuando los hijos (septenarios) matan a sus padres centenarios por la "fatiga del cuidador"
En Japón, el envejecimiento extremo de la población ha generado una crisis silenciosa que se manifiesta en episodios trágicos como el de Masato Watabe, un hombre de 79 años que confesó haber asfixiado a su madre centenaria en un acto que describió como “caridad”. El caso ha reavivado el debate sobre la “fatiga del cuidador”, agotamiento físico, emocional y económico que sufren quienes atienden a familiares ancianos sin apoyo suficiente.
Japón es el país más envejecido del mundo: casi el 30% de su población supera los 65 años, uno de cada diez ciudadanos tiene más de 80, y existen unos 90.000 centenarios. Este fenómeno ha creado estructuras familiares frágiles, donde hijos septuagenarios o octogenarios cuidan a padres nonagenarios, en condiciones de aislamiento y con escasos recursos. Aunque el sistema japonés presume de seguros avanzados para cuidados prolongados, las listas de espera son extensas y los costos, elevados, especialmente en zonas rurales.
Tras el crimen de Watabe, surgieron voces que pedían comprensión, argumentando que el hombre actuó tras años de agotamiento y soledad. Otros, en cambio, exigieron firmeza judicial, subrayando que el homicidio nunca es justificable. Sin embargo, ambos discursos coincidieron en la urgencia de reforzar políticas públicas que alivien la carga de los cuidadores y amplíen los servicios asistenciales.
Este caso no es aislado: en noviembre, una mujer de 71 años fue condenada por matar a su madre de 102, y otra fue arrestada en Nagano por un hecho similar. Según investigaciones, entre 2011 y 2021 se registró en Japón un suicidio o asesinato vinculado al cuidado cada ocho días. Sociólogos advierten que detrás de estos crímenes subyacen factores culturales —el deber moral de cuidar a los padres— y una soledad estructural que, combinadas, pueden convertir el sacrificio en desesperación.





