Libro blanco de las adicciones en personas mayores
4 de marzo de 2024
UNAD, la Red de Atención a las Adicciones, ha elaborado junto a Grupo Social Lares el "Libro Blanco de las personas mayores y sus adicciones desde perspectiva de género", un material creado para aumentar el conocimiento y la visibilidad de las drogodependencias presentes en edades avanzadas, teniendo en cuenta la perspectiva de género.
Resultados:
- La parte cuantitativa del trabajo desvela que en España las personas mayores presentan tasas de menor consumo de sustancias en comparación con la población general, salvo en lo que tiene que ver con la farmacología. De hecho, de las personas encuestadas el 55,1% tomó ansiolíticos y/o antidepresivos en el último año, el 52% declaró haber consumido alcohol, el 45% jugó con dinero y el 9,9% había consumido sustancias ilegales (marihuana, cocaína, éxtasis, anfetaminas y heroína) en el último año. Atendiendo sólo a las sustancias farmacológicas se observa un mayor consumo en las mujeres.
- El análisis cualitativo, realizado a través de entrevistas a personas de entre 55 y 90 años con consumos problemáticos vinculados al juego, el alcohol y otras sustancias ilegales ha dejado entrever que entre los hombres y las mujeres mayores con adicciones existen diferencias significativas a la hora de actuar, pensar y sentir. Por ejemplo, entre las motivaciones que las han llevado a consumir, ellas lo relacionan con el entorno (problemas previos), mientras que los hombres lo hacen por un tema social, incluso relacionado con el éxito. Además, las mujeres sufren una mayor penalización social por el hecho de ser mujeres y consumir.
Comentado en Plataforma ONG de acción social

Excelente artículo de Pablo Malo, psiquiatra de Bilbao, que revisa la literatura y expone los diferentes tipos de homicidio de pareja . En la última década, los datos sobre homicidios de pareja en España revelan una realidad compleja: solo un 23% de las mujeres asesinadas habían denunciado previamente violencia de género, y de ellas, otro 23% murió pese a contar con medidas de protección. El paradigma tradicional, sustentado en la teoría feminista, concibe el homicidio como la culminación de un proceso continuo de violencia ascendente, desde agresiones leves hasta el asesinato. Sin embargo, investigaciones recientes cuestionan este modelo, mostrando que en numerosos casos no existía violencia previa detectable Se identifican dos perfiles diferenciados de agresores. El primero, que representa entre el 33% y el 40% de los casos, carece de historial violento y se asocia a crisis vitales agudas —como ruina económica o separación reciente— y a ideación suicida, lo que explica la alta frecuencia de homicidios seguidos de suicidio. El segundo grupo, mayoritario (60-67%), corresponde al maltratador clásico, caracterizado por control coercitivo, celos patológicos y escalada de agresiones, ajustándose al modelo tradicional. Esta diferenciación implica un cambio sustancial en las estrategias preventivas: los protocolos actuales, centrados en la violencia previa, no logran detectar el primer grupo, que requiere indicadores distintos, como la presencia de crisis personales y conductas suicidas. La ideación suicida emerge como un predictor relevante del homicidio de pareja, multiplicando el riesgo en casos de violencia de género y siendo especialmente relevante en homicidios-suicidios, que constituyen cerca del 30% de los feminicidios. Paralelamente, los estudios subrayan la influencia de los trastornos mentales en estos delitos. Un tercio de los homicidios seguidos de suicidio se vincula a patologías psiquiátricas graves, acompañadas de deterioro físico y dependencia. El metaanálisis de Kivisto (2015) propone cuatro categorías de homicidas: el enfermo mental, con psicosis y escasa violencia previa; el controlado/desregulado, asociado a trastornos afectivos, ansiedad y abuso moderado de sustancias; el agresor crónico antisocial, con rasgos narcisistas y sin psicopatología grave; y el sobrecontrolado, caracterizado por personalidad dependiente y esquizoide, sin antecedentes significativos de violencia. La revisión sistemática de Abreu, Barker y Bedford (2017) confirma que la presencia de enfermedad mental incrementa el riesgo homicida en ambos sexos, destacando la relación entre homicidios impulsivos y el uso de armas blancas en agresores con psicosis o trastornos duales. Asimismo, se observa que el trastorno bipolar influye en la modalidad del crimen: los homicidios domésticos son más frecuentes en fases depresivas, mientras que en fases maníacas predominan los cometidos fuera del hogar. Este panorama evidencia la dificultad de anticipar sucesos de baja prevalencia, comparables a los “cisnes negros” descritos por Taleb: eventos improbables con consecuencias críticas que desafían los modelos predictivos. Por ello, se reclama avanzar en herramientas validadas para entornos policiales, sanitarios y forenses, integrando protocolos que contemplen factores situacionales y clínicos. La prevención eficaz dependerá de reconocer esta heterogeneidad y superar la visión lineal del fenómeno.

La Organización Mundial de la Salud alertó en 2023 que la soledad crónica puede elevar hasta en un 50 % el riesgo de demencia en las personas mayores, acelera el deterioro cognitivo y predice peores resultados en funciones ejecutivas. Un metaanálisis internacional, publicado en Nature Mental Health (2024), que agrupa datos de 21 estudios longitudinales y más de 600.000 participantes, halló que quienes declaraban sentirse solos tenían un riesgo significativamente mayor de entre un 30 % y un 40 % de desarrollar demencia en general y un 39 % para alzhéimer en concreto. Un cúmulo de datos refuerza la idea de que la soledad no es sólo un estado emocional doloroso, sino un factor de riesgo real y cuantificable para el deterioro cognitivo y la demencia , con efectos medibles en el cerebro y en la función mental mucho antes de que aparezcan los primeros síntomas clínicos. Diversas investigaciones coinciden en que esa falta de interacción social reduce las oportunidades de estimulación cognitiva, pone en desuso las habilidades lingüísticas, el razonamiento, la atención y la flexibilidad mental, procesos clave para mantener en forma capacidades como la memoria y la orientación. Esa ausencia sostenida de “gimnasia mental” puede acelerar el deterioro cerebral. Desde la neurobiología, se han descrito también otras correlaciones estructurales: personas con aislamiento social prolongado presentan menores volúmenes de materia gris en áreas cerebrales implicadas en el aprendizaje, la memoria y el pensamiento y un mayor número de lesiones de sustancia blanca. Ese adelgazamiento cerebral, incluyendo zonas del hipocampo y la amígdala, puede traducirse en una pérdida más rápida de neuronas y conexiones sinápticas, debilitamiento de redes neuronales clave y menor capacidad para resistir el desgaste que culmina en delirio. En España, este tema ya no es una cuestión marginal. El Barómetro de la Soledad no deseada en España 2024 indica que una de cada cinco personas adultas declara sentirse sola. Las mujeres, junto con las personas mayores, son los grupos más afectados, con mayor prevalencia a partir de los 55 años. En cuanto a la edad, el 23,8 % de las personas en riesgo de soledad son las que están entre los 55 y 59 años –que hoy en día no se consideran mayores–, seguidos del grupo de 60-65 años, con un 16,6 %. Entre las estrategias para contrarrestar la soledad, las más efectivas son las que adoptan un enfoque multidimensional y combinan estimulación social, actividades físicas o recreativas, apoyo psicológico, acompañamiento personalizado y mejora de la infraestructura comunitaria. Finalmente, es fundamental que estas políticas y programas se conciban como inversiones en salud pública a largo plazo, ya que prevenir la soledad tiene el potencial de reducir el sufrimiento individual, pero también el riesgo de demencia, la dependencia, la demanda sociosanitaria y los costes asociados.

La eutanasia psiquiátrica , entendida como la práctica de poner fin a la vida de una persona con trastorno mental grave que solicita morir para aliviar su sufrimiento, plantea dilemas éticos y clínicos de gran complejidad. A diferencia de la eutanasia en enfermedades terminales, este debate se centra en la autonomía, la competencia del paciente, la irreversibilidad del sufrimiento y las limitaciones del conocimiento psiquiátrico. Aunque legal en pocos países, constituye alrededor del 3 % de los casos de eutanasia, con tendencia creciente. El perfil de los solicitantes corresponde a personas jóvenes, mayoritariamente mujeres, con antecedentes de intentos de suicidio, aislamiento social y experiencias traumáticas. Predominan los trastornos de personalidad y de conducta, seguidos por depresiones resistentes y trastorno bipolar. En España, el Tribunal Constitucional ha interpretado que el sufrimiento que justifica la eutanasia debe tener origen somático, lo que excluye casos exclusivamente psiquiátricos y evidencia la falta de debate académico profundo. Uno de los puntos críticos es la noción de irreversibilidad. A diferencia de las enfermedades orgánicas, los trastornos mentales presentan pronósticos inciertos y posibilidades de mejora, incluso en cuadros considerados crónicos. La depresión resistente, por ejemplo, carece de una definición uniforme y nuevos tratamientos cuestionan su carácter irreversible. Esta incertidumbre, sumada a la subjetividad diagnóstica, exige prudencia. Los trastornos de personalidad, frecuentes en estas solicitudes, son persistentes pero no necesariamente irreversibles. Investigaciones muestran que, con abordaje adecuado y apoyo social, muchos síntomas mejoran con el tiempo. En el Trastorno Límite de la Personalidad, el deseo de morir puede ser un síntoma del propio trastorno, incluso una petición implícita de ayuda. Además, el peso de traumas prolongados sugiere la presencia de estrés postraumático complejo, que requiere evaluación cuidadosa y tratamientos multimodales. El sufrimiento psíquico es intenso y multidimensional, pero su valoración es subjetiva, lo que genera interpretaciones divergentes y riesgo de decisiones irreversibles sin agotar intervenciones paliativas. Surgen enfoques orientados a aliviar el sufrimiento y mejorar la calidad de vida, lo que refuerza la necesidad de alternativas integrales. Finalmente, la competencia para decidir constituye un eje central. Aunque el trastorno mental no implica incapacidad per se, la evaluación requiere instrumentos específicos y formación especializada. La inestabilidad emocional y la alta reactividad al entorno cuestionan la consistencia del deseo de morir, como evidencia el elevado número de solicitudes retiradas. Todo ello subraya la necesidad de prudencia y de priorizar opciones terapéuticas antes de validar una decisión definitiva. Conclusión La eutanasia psiquiátrica plantea una serie de dilemas éticos y prácticos que requieren una cuidadosa consideración y debate en el ámbito académico y público. La diversidad de opiniones y enfoques sobre este tema refleja la complejidad inherente a la evaluación del sufrimiento psicológico y la competencia de los pacientes con trastornos mentales. Se necesita un enfoque integral en el manejo del sufrimiento en enfermedad mental, que incluya intervenciones psiquiátricas y psicosociales, así como un mayor apoyo a las familias y cuidadores de pacientes con trastornos mentales graves.


