Por Alfredo Calcedo
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5 de noviembre de 2025
El artículo aborda el cambio de paradigma en el diagnóstico de los trastornos neurocognitivos , especialmente en el contexto del envejecimiento y la demencia, destacando cómo las herramientas modernas han mejorado significativamente la precisión diagnóstica. Históricamente, el diagnóstico de enfermedades como el Alzheimer (AD) se basaba en criterios clínicos poco específicos, lo que llevaba a errores frecuentes. Autopsias han revelado que hasta un 17% de los pacientes diagnosticados con AD no tenían la patología correspondiente, y un 39% de los no diagnosticados sí la presentaban. Esto subraya la necesidad de una evaluación más precisa. El nuevo enfoque diagnóstico es multimodal , combinando: Evaluación clínica detallada: historia cognitiva, funcional y conductual, obtenida tanto del paciente como de cuidadores. Examen físico y neurológico: para detectar signos de enfermedades subyacentes. Pruebas cognitivas: como el MoCA, más sensible que el MMSE para detectar deterioro leve. Evaluación neuropsicológica: útil en casos complejos, aunque limitada por acceso y coste. Se destacan también los biomarcadores : Análisis de sangre: marcadores como Aβ42/40, p-tau181, p-tau217 y neurofilamento ligero están emergiendo como alternativas menos invasivas y más accesibles. Líquido cefalorraquídeo (LCR): sigue siendo útil para confirmar AD, aunque su uso está limitado por la invasividad. Genética: el alelo APOE ε4 indica riesgo, pero no debe usarse como diagnóstico en individuos asintomáticos. En cuanto a neuroimagen, se utilizan: MRI y CT: para detectar atrofias y lesiones características de distintos tipos de demencia. PET y DaTscan: para visualizar directamente placas de amiloide, tau o actividad dopaminérgica, según el tipo de demencia. Además, se mencionan herramientas complementarias como EEG, estudios del sueño y análisis de la marcha, útiles en casos específicos como la enfermedad de Creutzfeldt-Jakob o la hidrocefalia normotensiva. El artículo concluye que la precisión diagnóstica es clave para una planificación terapéutica adecuada, y que la integración de herramientas clínicas, de imagen y biomarcadores permite una mejor diferenciación entre síndromes superpuestos. Aunque existen barreras como el coste y el acceso, los avances actuales, especialmente en biomarcadores sanguíneos, prometen democratizar el diagnóstico y reducir las disparidades.