Psicosis inducida por IA

3 de septiembre de 2025

Noticia publicada en El confidencial que recoge una entrevista con el psiquiatra Keith Sakata, San Francisco (USA), sobre los efectos psicológicos del uso intensivo de inteligencia artificial, especialmente tras el lanzamiento de ChatGPT-5. Este psiquiatra afirma haber atendido recientemente a 12 pacientes con brotes psicóticos que, según él, están relacionados con el uso excesivo y emocional de inteligencia artificial. Este fenómeno ha sido denominado informalmente como “psicosis de IA o psicosis inducida por IA”. Sakata advierte que no se trata de que la IA cause directamente la psicosis, sino que puede desencadenar o agravar la clínica en personas con problemas mentales preexistentes.

Los pacientes que llegan a su consulta suelen haber pasado por urgencias tras mostrar comportamientos peligrosos para sí mismos o para otros. En estos casos, se detectan síntomas psicóticos que pueden tener múltiples causas, pero el uso compulsivo de IA aparece como un factor común. Sakata explica que las personas vulnerables —por ansiedad, insomnio, consumo de sustancias o aislamiento— pueden desarrollar una relación emocional con la IA, que valida sus pensamientos sin cuestionarlos, a diferencia de un amigo o terapeuta humano.

El problema no es el uso de IA en sí, sino cómo se usa. Mientras que puede ser útil para tareas cotidianas o incluso como apoyo en terapia, el riesgo surge cuando se convierte en un sustituto de relaciones humanas. Sakata señala que hasta un 30–40% de los usuarios buscan conexión emocional con la IA, lo que puede derivar en aislamiento y disfunción.

La entrevista también aborda casos extremos, como el de una joven que se suicidó tras meses de conversación exclusiva con ChatGPT. Aunque la IA le recomendó buscar ayuda profesional, ella ocultó su estado real a su familia y terapeuta. Sakata considera que este tipo de situaciones podrían prevenirse si las IA estuvieran diseñadas para alertar a familiares o profesionales en casos de riesgo, aunque reconoce el dilema entre privacidad y seguridad. Además, se discute el papel de las empresas tecnológicas. Sakata critica que muchas no incluyen médicos en sus equipos directivos, lo que refleja una falta de compromiso con la salud mental. También cuestiona la visión de figuras como Mark Zuckerberg, que promueven los “amigos virtuales” como solución a la soledad, cuando en realidad podrían agravarla.

Respecto a los adolescentes, Sakata advierte que su cerebro aún está en desarrollo y que el uso no supervisado de IA puede ser especialmente perjudicial. Recomienda que el acceso esté monitorizado, especialmente en casa y en entornos educativos.Finalmente, insiste en que la clave está en detectar señales de disfunción: si el uso de IA interfiere con la vida cotidiana, genera malestar o impide alcanzar objetivos personales, es momento de intervenir. La solución no está en más tecnología, sino en usarla para fomentar relaciones reales y saludables.

Creo que esto no ha hecho más que empezar. Una nueva noticia advierte ChatGPT refuerza los delirios paranoicos de un ejecutivo en EEUU quien termina asesinando a su madre y se suicida.



Por Alfredo Calcedo 5 de diciembre de 2025
Las decisiones sobre medicación deberían idealmente tomarse antes de la concepción . Se recomienda usar un solo fármaco a dosis óptima, evitando combinaciones y priorizando aquellos con menos metabolitos y menos interacciones. Las mujeres con trastorno bipolar presentan un riesgo 20 a 30 veces mayor de hospitalización posparto, y este periodo es crítico para recaídas o primeros episodios. Incluso la psicosis posparto puede ser expresión de un trastorno bipolar. El estigma sobre el peso y la imagen corporal agrava el riesgo: la insatisfacción corporal es uno de los principales predictores de depresión postparto (PPD). Se proponen intervenciones centradas en la aceptación corporal, la regulación emocional y narrativas realistas sobre el posparto. Opciones no farmacológicas: psicoterapia (CBT, interpersonal), grupos de apoyo, ejercicio, mindfulness, higiene del sueño, nutrición equilibrada, y estrategias ambientales para reducir estrés. También sugirió involucrar a la pareja y la familia, así como terapias como luz brillante, ECT para casos graves y rTMS, aunque estas últimas no cuentan con aprobación específica para PPD. En cuanto a fármacos, los antidepresivos tradicionales (ISRS, IRSN) son limitados por su inicio lento. Brexanolona, primer fármaco aprobado para PPD, fue retirada en 2025. Hoy, zuranolona es la única opción oral aprobada: un neuroesteroide que actúa sobre receptores GABA-A, administrado en dosis diaria junto a una comida rica en grasa. No debe usarse durante el embarazo y puede afectar la capacidad para conducir. Se recuerda que la preferencia del paciente es clave en el tratamiento de la depresión posparto.
Por Alfredo Calcedo 5 de diciembre de 2025
La tartamudez es un trastorno neurológico del desarrollo que afecta al 5 % de los niños y persiste en más del 1 % de los adultos. A pesar de su antigüedad —los egipcios ya la reconocían—, sigue sin terapias aprobadas y ha sido ignorada por la medicina y la ciencia. Este trastorno no solo impacta la comunicación, sino también la calidad de vida, con alta comorbilidad con depresión, ansiedad social y otros cuadros como TOC, TDAH y tics. La tartamudez no es una condición única, sino un espectro, y afecta a distintas estructuras cerebrales: los ganglios basales regulan el inicio del habla, la amígdala intensifica la respuesta al estrés y el sistema lateral puede activarse mediante estrategias como el canto, que evita el circuito estriatal. La etiología es múltiple, con un fuerte componente genético y hallazgos recientes como mayor depósito de hierro en el cerebro. En cuanto al tratamiento, los antagonistas dopaminérgicos muestran eficacia, especialmente en jóvenes. Entre los fármacos mencionados figuran haloperidol, pimozida, risperidona, ecopipam y gemlapodecto, aunque faltan protocolos estandarizados y métricas robustas. Expertos proponen utilizar la Evaluación Breve de Tartamudez (BSA) para medir gravedad e impacto en la vida diaria. El abordaje actual incluye tratar comorbilidades, intervenir temprano con terapia del habla o medicación, eliminar fármacos que empeoren los síntomas, aplicar terapia cognitivo-conductual y atender el trauma asociado. Para optimizar resultados, subrayó la necesidad de colaboración entre psiquiatría, neurología, neurociencia y logopedia.
Por Alfredo Calcedo 5 de diciembre de 2025
La creencia popular sostiene que las crisis económicas disparan la criminalidad, mientras que la prosperidad la reduce. Sin embargo, la historia estadounidense contradice esta idea. En The Roots of Violent Crime in America , el autor analiza seis décadas —de 1880 a 1940— para demostrar que la relación entre economía y violencia es mucho más compleja. Durante el siglo XIX, las ciudades crecieron vertiginosamente, abarrotadas de inmigrantes pobres, viviendas insalubres y gobiernos corruptos. Las condiciones parecían ideales para una ola de crímenes violentos. Sin embargo, las tasas de homicidio eran sorprendentemente bajas, y delitos como el robo a mano armada eran tan raros que un atraco en el Bronx podía ocupar titulares durante una semana. Por el contrario, en los años veinte, una época de bonanza económica, los homicidios se dispararon hasta niveles comparables a los de finales del siglo XX. Prohibición y guerras entre bandas influyeron, pero no explican por completo el fenómeno. La Gran Depresión refuerza la paradoja. Tras el colapso de 1929, con millones de desempleados y familias sin ingresos, cabría esperar un auge de violencia. Las cifras subieron al inicio, pero luego cayeron incluso durante la “Recesión Roosevelt” de 1937, cuando el desempleo volvió a aumentar. Tras la Segunda Guerra Mundial, el patrón se repitió: la violencia creció en épocas de prosperidad, como los años sesenta, y descendió en recesiones recientes. ¿Por qué? Porque los crímenes violentos —salvo el robo— rara vez obedecen a motivos económicos. Surgen de emociones intensas: ira, celos, agravios personales, a menudo potenciados por alcohol o drogas. Factores como la demografía juvenil, la debilidad del sistema judicial, la presencia de grupos violentos y la disponibilidad de armas pesan más que el ciclo económico. En suma, la historia desmiente el mito: la violencia no sigue el pulso de la economía, sino el de la sociedad.