¿Cannabis y menos deterioro cognitivo?

15 de abril de 2024

El consumo de cannabis ha aumentado rápidamente en los Estados Unidos debido a que cada vez más estados legalizan el uso no médico y médico. Sin embargo, la investigación sobre si el cannabis puede estar asociado con la función cognitiva es limitada.

El objetivo de este estudio fue examinar si el motivo, la frecuencia y el método de consumo de cannabis se asocian con el deterioro cognitivo subjetivo (DCS).

El DCS fue definido como un aumento autoinformado de confusión o pérdida de memoria en el último año.

Resultados: En comparación con los no consumidores, el consumo de cannabis no medicinal se asoció significativamente con una disminución del 96% de las probabilidades de presentar DCS. El consumo médico y el consumo dual médico y no médico (también se asociaron con una disminución de las probabilidades de DCS, aunque no fue significativo. La frecuencia y el método de consumo de cannabis no se asociaron significativamente con el DCS.

Conclusión: El motivo del consumo de cannabis, pero no la frecuencia y el método, se asocia con el DCS. Se necesitan más investigaciones para investigar los mecanismos que pueden contribuir a las asociaciones observadas entre el consumo de cannabis con fines no medicinales y la disminución de las probabilidades de sufrir DCS.

El estudio tiene algunas limitaciones, por ejemplo, la dependencia de datos autoinformados, especialmente en relación con el consumo de cannabis y el deterioro cognitivo, puede introducir sesgos.

En resumen, aunque estos hallazgos pueden sugerir que el cannabis puede ser beneficioso para la cognición, es imperativo que futuras investigaciones examinen la relación entre el consumo de cannabis a largo plazo y la cognición.

Comentado en Psypost

Vamos, que de confirmarse estos datos me veo fumándome un porrito todas las noches.

Por Alfredo Calcedo 30 de septiembre de 2025
Un estudio revela que el metilfenidato, tratamiento más común para el trastorno por déficit de atención e hiperactividad (TDAH), no solo mejora los síntomas conductuales, sino que también afecta a la forma en que niños, niñas y adolescentes procesan los estímulos sensoriales. Los detalles se publican en la revista Journal of Psychiatric Research . Esta investigación muestra que el metilfenidato tiene efectos concretos en el procesamiento sensorial. A nivel de audición, el uso de ruido blanco mejora el rendimiento en tareas cognitivas en los pacientes tratados. En lo que respecta al equilibrio, mejora el control postural y la estabilidad corporal y a nivel del dolor, permite una percepción del mismo más ajustada frente a aquellas personas no tratadas, que tienden a sentir menos dolor de lo habitual. En lo que a olfato se refiere, se observa una peor discriminación de olores en algunos pacientes. Comentado en The Objective .
Por Alfredo Calcedo 30 de septiembre de 2025
El artículo publicado en Skeptic , escrito por un médico en ejercicio, aborda la controversia sobre si el uso de acetaminofén (paracetamol, conocido como Tylenol en EE. UU.) durante el embarazo causa trastornos del neurodesarrollo como el autismo (ASD) o el TDAH. La alarma pública se intensificó tras declaraciones del presidente Donald Trump y el secretario de Salud Robert F. Kennedy Jr., quienes afirmaron que el fármaco “causa autismo”, generando una reacción sanitaria inmediata y potencialmente peligrosa. El texto comienza contextualizando el aumento de diagnósticos de ASD en las últimas décadas, que ha sido interpretado erróneamente como una “epidemia”. Expertos como Christine Ladd-Acosta explican que este incremento se debe principalmente a una ampliación de la definición diagnóstica y a mejoras en la detección, no a un aumento real en la incidencia. A continuación, se revisan estudios observacionales que encontraron asociaciones estadísticas entre el uso prenatal de acetaminofén y un mayor riesgo de TDAH y, en menor medida, de ASD. Algunos metaanálisis reportaron razones de riesgo (RR) entre 1.08 y 1.34 para TDAH, y 1.19 para ASD. También se observó una relación dosis-respuesta, especialmente en exposiciones prolongadas (≥28 días) y durante el tercer trimestre. Aunque se han propuesto mecanismos biológicos plausibles—como alteraciones en el sistema endocannabinoide o en el metabolismo de la dopamina—el artículo enfatiza que correlación no implica causalidad. El principal problema de los estudios iniciales es el sesgo por factores de confusión, especialmente los compartidos dentro de las familias (confusión familiar). La evidencia más sólida proviene de un estudio sueco con más de 2.4 millones de niños, que utilizó un diseño de control entre hermanos. Al comparar hermanos expuestos y no expuestos al fármaco, se encontró que no había asociación significativa con ASD ni TDAH (HR ≈ 0.98). Esto sugiere que los factores familiares, como la genética o las condiciones médicas maternas que motivan el uso del fármaco, explican la aparente relación. Críticos del estudio sueco, como Ann Bauer y Shanna Swan, advierten que la baja tasa de uso reportada (7.5%) podría haber generado errores de clasificación, y que el diseño de control con hermanos, si bien es excelente para controlar factores de confusión, podría controlar inadvertidamente mediadores, variables que se encuentran en la vía causal entre la exposición y el resultado. El artículo también denuncia el impacto negativo de la politización del tema. Las declaraciones alarmistas han inducido a mujeres embarazadas a evitar el acetaminofén, ignorando los riesgos comprobados de no tratar fiebre o dolor durante el embarazo (malformaciones, parto prematuro, muerte fetal). Además, se corre el riesgo de que se sustituyan por analgésicos más peligrosos como el ibuprofeno. En conclusión, el artículo defiende una postura basada en la evidencia: el acetaminofén sigue siendo el analgésico más seguro durante el embarazo. Se recomienda su uso solo cuando sea necesario, en la dosis mínima y por el menor tiempo posible. El verdadero riesgo reside en el abandono del tratamiento por miedo infundado, más que en el fármaco en sí.
Por Alfredo Calcedo 30 de septiembre de 2025
El trastorno del desarrollo del lenguaje (TDL) es un trastorno del neurodesarrollo que dificulta el aprendizaje y el uso del lenguaje, sin que haya una causa evidente como pérdida auditiva, discapacidad intelectual o autismo. Puede afectar la comprensión, la expresión, o ambas. Se estima que este trastorno afecta a entre un 7 y un 10 % de los niños en edad escolar. Sin embargo, muchas veces pasa desapercibido o se confunde con “inmadurez”, “vagancia” o incluso problemas de comportamiento. No es un simple retraso que se resuelva con el tiempo. Es persistente y, si no se interviene, afecta al rendimiento escolar, las relaciones sociales y la autoestima. Muchos niños se manejan bien en conversaciones cotidianas, pero se bloquean cuando el lenguaje se complica, como al leer un libro de texto, escuchar una explicación de ciencias o entender un chiste. Señales de alerta según la edad Cada niño con TDL presenta un perfil distinto, pero algunos signos son frecuentes: En la edad preescolar: dificultad para seguir instrucciones, frases muy cortas, problemas para aprender canciones o para contar lo que ha pasado en el día. En la edad escolar: dificultades para comprender textos, usar oraciones complejas, aprender vocabulario nuevo, errores gramaticales y de ortografía frecuentes, o problemas para escribir con coherencia. El TDL puede confundirse con otras dificultades del neurodesarrollo, pero hay diferencias importantes: No es dislexia. La dislexia se centra en las dificultades para aprender a leer y escribir, en especial en la decodificación de palabras y las habilidades fonológicas. Por ejemplo, una niña con dislexia puede confundir letras parecidas (b/d, p/q) o leer “casa” como “cata”, aunque luego tenga un vocabulario oral rico y frases bien estructuradas. En cambio, una niña con TDL puede leer correctamente “casa”, pero no comprender lo que significa la frase entera, además de tener un lenguaje oral más limitado y con errores gramaticales. No es autismo. En el TDL las habilidades sociales y la intención comunicativa suelen estar preservadas, aunque el lenguaje sea limitado. Aunque en los primeros años ambas condiciones pueden parecer “niños que hablan tarde”, los estudios muestran que los niños con TDL suelen usar gestos, responder mejor al lenguaje y jugar de forma simbólica, mientras que en el autismo predominan mayores problemas de comprensión, de contacto social y conductas repetitivas. No depende del cociente intelectual no verbal. En el pasado, solo se diagnosticaba TDL si la inteligencia no verbal del niño estaba dentro de la media, como forma de distinguirlo de una discapacidad intelectual general. Hoy sabemos que algunos niños con TDL puntúan algo más bajo en estas pruebas, pero eso no significa que tengan un retraso global. Por eso, los especialistas ya no usan la discrepancia entre capacidad verbal y no verbal como criterio diagnóstico. La intervención temprana es fundamental porque el lenguaje es la base de la lectura, la escritura y el aprendizaje escolar.