¿La soledad puede acelerar el camino a la demencia?
La Organización Mundial de la Salud alertó en 2023 que la soledad crónica puede elevar hasta en un 50 % el riesgo de demencia en las personas mayores, acelera el deterioro cognitivo y predice peores resultados en funciones ejecutivas.
Un metaanálisis internacional, publicado en Nature Mental Health (2024), que agrupa datos de 21 estudios longitudinales y más de 600.000 participantes, halló que quienes declaraban sentirse solos tenían un riesgo significativamente mayor de entre un 30 % y un 40 % de desarrollar demencia en general y un 39 % para alzhéimer en concreto.
Un cúmulo de datos refuerza la idea de que la soledad no es sólo un estado emocional doloroso, sino un factor de riesgo real y cuantificable para el deterioro cognitivo y la demencia, con efectos medibles en el cerebro y en la función mental mucho antes de que aparezcan los primeros síntomas clínicos.
Diversas investigaciones coinciden en que esa falta de interacción social reduce las oportunidades de estimulación cognitiva, pone en desuso las habilidades lingüísticas, el razonamiento, la atención y la flexibilidad mental, procesos clave para mantener en forma capacidades como la memoria y la orientación. Esa ausencia sostenida de “gimnasia mental” puede acelerar el deterioro cerebral.
Desde la neurobiología, se han descrito también otras correlaciones estructurales: personas con aislamiento social prolongado presentan menores volúmenes de materia gris en áreas cerebrales implicadas en el aprendizaje, la memoria y el pensamiento y un mayor número de lesiones de sustancia blanca. Ese adelgazamiento cerebral, incluyendo zonas del hipocampo y la amígdala, puede traducirse en una pérdida más rápida de neuronas y conexiones sinápticas, debilitamiento de redes neuronales clave y menor capacidad para resistir el desgaste que culmina en delirio.
En España, este tema ya no es una cuestión marginal. El Barómetro de la Soledad no deseada en España 2024 indica que una de cada cinco personas adultas declara sentirse sola. Las mujeres, junto con las personas mayores, son los grupos más afectados, con mayor prevalencia a partir de los 55 años. En cuanto a la edad, el 23,8 % de las personas en riesgo de soledad son las que están entre los 55 y 59 años –que hoy en día no se consideran mayores–, seguidos del grupo de 60-65 años, con un 16,6 %.
Entre las estrategias para contrarrestar la soledad, las más efectivas son las que adoptan un enfoque multidimensional y combinan estimulación social, actividades físicas o recreativas, apoyo psicológico, acompañamiento personalizado y mejora de la infraestructura comunitaria.
Finalmente, es fundamental que estas políticas y programas se conciban como inversiones en salud pública a largo plazo, ya que prevenir la soledad tiene el potencial de reducir el sufrimiento individual, pero también el riesgo de demencia, la dependencia, la demanda sociosanitaria y los costes asociados.





