Los rasgos psicopáticos se asocian con esquizofrenia posterior

2 de diciembre de 2025

Este estudio explora por primera vez la relación entre los rasgos psicopáticos y el desarrollo posterior de esquizofrenia. A partir de una cohorte naturalista de delincuentes evaluados entre 1984 y 1993 y seguidos durante cuatro décadas, los hallazgos revelan que: cada incremento en los rasgos psicopáticos se asocia con una mayor probabilidad de esquizofrenia. Sorprendentemente, no solo la incidencia fue elevada, sino que los casos se concentraron en individuos con altos niveles de psicopatía; uno de cada cinco psicópatas terminó desarrollando esquizofrenia.

Este resultado desafía la visión tradicional que consideraba rara la coexistencia de ambos trastornos y abre la puerta a múltiples explicaciones. Psicopatía y esquizofrenia, aunque distintas —una marcada por antisocialidad persistente y la otra por psicosis crónica— comparten factores predisponentes: vulnerabilidades genéticas aún no definidas y una constelación de riesgos ambientales, desde estrés prenatal y consumo materno de sustancias hasta maltrato infantil y trauma temprano. Ambos trastornos parecen impactar regiones neuroanatómicas comunes, como la corteza prefrontal y los circuitos límbicos, lo que podría facilitar la transición hacia una enfermedad psiquiátrica grave.

El consumo excesivo de sustancias emerge como una vía probable. En la cohorte, el alcohol fue la droga predominante, aunque el uso de cannabis y anfetaminas creció con el tiempo. Datos nacionales (Finlandia) muestran que la psicosis inducida por cannabis conlleva un riesgo del 46% de evolucionar a esquizofrenia, frente al 30% por anfetaminas y solo 5% por alcohol.

Finalmente, el estudio subraya los retos diagnósticos en contextos forenses, donde la simulación y la superposición sintomática —grandiosidad, falta de remordimiento, afecto embotado— complican la diferenciación. Estas sutiles superposiciones sintomáticas no solo dificultan la precisión diagnóstica, sino que también tienen profundas implicaciones para las evaluaciones forenses, donde una clasificación errónea puede afectar la sentencia, la rehabilitación y la administración de justicia en general

Conclusión

Los nuevos resultados sugieren que existe una relación entre puntuaciones más altas en la Lista de Verificación de Psicopatía Revisada (PCL-R) y un mayor riesgo de brote de esquizofrenia en la edad adulta entre personas no psicóticas sometidas a evaluaciones psiquiátricas forenses. Diversos factores pueden explicar este hallazgo, como el consumo de sustancias y factores de riesgo mutuos.

Por Alfredo Calcedo 5 de diciembre de 2025
Las decisiones sobre medicación deberían idealmente tomarse antes de la concepción . Se recomienda usar un solo fármaco a dosis óptima, evitando combinaciones y priorizando aquellos con menos metabolitos y menos interacciones. Las mujeres con trastorno bipolar presentan un riesgo 20 a 30 veces mayor de hospitalización posparto, y este periodo es crítico para recaídas o primeros episodios. Incluso la psicosis posparto puede ser expresión de un trastorno bipolar. El estigma sobre el peso y la imagen corporal agrava el riesgo: la insatisfacción corporal es uno de los principales predictores de depresión postparto (PPD). Se proponen intervenciones centradas en la aceptación corporal, la regulación emocional y narrativas realistas sobre el posparto. Opciones no farmacológicas: psicoterapia (CBT, interpersonal), grupos de apoyo, ejercicio, mindfulness, higiene del sueño, nutrición equilibrada, y estrategias ambientales para reducir estrés. También sugirió involucrar a la pareja y la familia, así como terapias como luz brillante, ECT para casos graves y rTMS, aunque estas últimas no cuentan con aprobación específica para PPD. En cuanto a fármacos, los antidepresivos tradicionales (ISRS, IRSN) son limitados por su inicio lento. Brexanolona, primer fármaco aprobado para PPD, fue retirada en 2025. Hoy, zuranolona es la única opción oral aprobada: un neuroesteroide que actúa sobre receptores GABA-A, administrado en dosis diaria junto a una comida rica en grasa. No debe usarse durante el embarazo y puede afectar la capacidad para conducir. Se recuerda que la preferencia del paciente es clave en el tratamiento de la depresión posparto.
Por Alfredo Calcedo 5 de diciembre de 2025
La tartamudez es un trastorno neurológico del desarrollo que afecta al 5 % de los niños y persiste en más del 1 % de los adultos. A pesar de su antigüedad —los egipcios ya la reconocían—, sigue sin terapias aprobadas y ha sido ignorada por la medicina y la ciencia. Este trastorno no solo impacta la comunicación, sino también la calidad de vida, con alta comorbilidad con depresión, ansiedad social y otros cuadros como TOC, TDAH y tics. La tartamudez no es una condición única, sino un espectro, y afecta a distintas estructuras cerebrales: los ganglios basales regulan el inicio del habla, la amígdala intensifica la respuesta al estrés y el sistema lateral puede activarse mediante estrategias como el canto, que evita el circuito estriatal. La etiología es múltiple, con un fuerte componente genético y hallazgos recientes como mayor depósito de hierro en el cerebro. En cuanto al tratamiento, los antagonistas dopaminérgicos muestran eficacia, especialmente en jóvenes. Entre los fármacos mencionados figuran haloperidol, pimozida, risperidona, ecopipam y gemlapodecto, aunque faltan protocolos estandarizados y métricas robustas. Expertos proponen utilizar la Evaluación Breve de Tartamudez (BSA) para medir gravedad e impacto en la vida diaria. El abordaje actual incluye tratar comorbilidades, intervenir temprano con terapia del habla o medicación, eliminar fármacos que empeoren los síntomas, aplicar terapia cognitivo-conductual y atender el trauma asociado. Para optimizar resultados, subrayó la necesidad de colaboración entre psiquiatría, neurología, neurociencia y logopedia.
Por Alfredo Calcedo 5 de diciembre de 2025
La creencia popular sostiene que las crisis económicas disparan la criminalidad, mientras que la prosperidad la reduce. Sin embargo, la historia estadounidense contradice esta idea. En The Roots of Violent Crime in America , el autor analiza seis décadas —de 1880 a 1940— para demostrar que la relación entre economía y violencia es mucho más compleja. Durante el siglo XIX, las ciudades crecieron vertiginosamente, abarrotadas de inmigrantes pobres, viviendas insalubres y gobiernos corruptos. Las condiciones parecían ideales para una ola de crímenes violentos. Sin embargo, las tasas de homicidio eran sorprendentemente bajas, y delitos como el robo a mano armada eran tan raros que un atraco en el Bronx podía ocupar titulares durante una semana. Por el contrario, en los años veinte, una época de bonanza económica, los homicidios se dispararon hasta niveles comparables a los de finales del siglo XX. Prohibición y guerras entre bandas influyeron, pero no explican por completo el fenómeno. La Gran Depresión refuerza la paradoja. Tras el colapso de 1929, con millones de desempleados y familias sin ingresos, cabría esperar un auge de violencia. Las cifras subieron al inicio, pero luego cayeron incluso durante la “Recesión Roosevelt” de 1937, cuando el desempleo volvió a aumentar. Tras la Segunda Guerra Mundial, el patrón se repitió: la violencia creció en épocas de prosperidad, como los años sesenta, y descendió en recesiones recientes. ¿Por qué? Porque los crímenes violentos —salvo el robo— rara vez obedecen a motivos económicos. Surgen de emociones intensas: ira, celos, agravios personales, a menudo potenciados por alcohol o drogas. Factores como la demografía juvenil, la debilidad del sistema judicial, la presencia de grupos violentos y la disponibilidad de armas pesan más que el ciclo económico. En suma, la historia desmiente el mito: la violencia no sigue el pulso de la economía, sino el de la sociedad.