TDAH en adultos y conducta delictiva

21 de mayo de 2025

En un estudio con 308 pacientes adultos diagnosticados con TDAH, se investigó la relación entre el TDAH, las comorbilidades psiquiátricas y la conducta delictiva. Se analizaron variables clínicas y sociodemográficas. El 8.1% de los pacientes con TDAH había cometido delitos, con una prevalencia masculina del 92%. El género masculino y el trastorno por consumo de alcohol fueron predictores significativos de conducta delictiva. El trastorno negativista desafiante, el diagnóstico de TDAH antes de los 18 años y el desempleo mostraron una posible asociación con conductas delictivas de riesgo. El uso de antipsicóticos y antiepilépticos fue más frecuente en quienes cometieron delitos, mientras que no se encontraron diferencias significativas en el uso de atomoxetina y metilfenidato. Se concluyó que el TDAH en adultos, especialmente en hombres, con presentación combinada y comorbilidades como el trastorno negativista desafiante y el trastorno por consumo de alcohol, se asocia a un mayor riesgo de conducta delictiva, lo que subraya la necesidad de intervenciones personalizadas y multimodales.

Por Alfredo Calcedo 19 de noviembre de 2025
El estudio, publicado en JAMA Network Open, explora cómo los patrones de uso del smartphone durante la noche pueden anticipar el riesgo de ideación suicida al día siguiente. La investigación parte de una pregunta clave: ¿es el tipo de interacción con el dispositivo —pasiva o activa— más relevante que la cantidad total de tiempo frente a la pantalla? Para responder, los autores reclutaron a 79 adultos con historial reciente de ideación o conductas suicidas. Durante 28 días, se recogieron datos de alta resolución mediante capturas de pantalla cada cinco segundos, acumulando más de 7,5 millones de imágenes. Paralelamente, los participantes completaron seis encuestas diarias que evaluaban ideación pasiva, activa y planificación suicida. El análisis se centró en tres indicadores: el intervalo más largo sin uso entre las 20:00 y las 10:00, el uso dentro de las ventanas de sueño autorreportadas y la actividad por hora en tres franjas críticas: tarde (23:00–1:00), medianoche (1:00–5:00) y madrugada (5:00–8:00). Además, se distinguió entre uso pasivo (consumo de contenido) y activo (interacción mediante teclado), empleando un modelo de visión artificial para detectar escritura. Los hallazgos son reveladores. El uso pasivo entre las 23:00 y la 1:00 se asoció con mayor probabilidad de ideación suicida y planificación al día siguiente. En contraste, el uso activo entre la 1:00 y las 5:00 mostró un efecto protector, sugiriendo que actividades como mensajería pueden funcionar como estrategias de afrontamiento o conexión social. Otro resultado importante fue que los intervalos prolongados sin uso —especialmente de 7 a 9 horas— se vincularon con menor riesgo, mientras que las pausas más cortas (4 a 7 horas) se asociaron con mayor vulnerabilidad. Estas asociaciones se mantuvieron incluso controlando por el tiempo total de pantalla, lo que indica que el momento y la naturaleza del uso son más determinantes que la cantidad. El estudio plantea interpretaciones interesantes: el consumo pasivo nocturno podría intensificar emociones negativas o exponer a contenido sensible, mientras que la interacción activa podría ofrecer soporte social. Sin embargo, los autores advierten que la relación puede ser bidireccional: la ideación suicida también podría impulsar ciertos patrones de uso. Entre las fortalezas destacan la granularidad de los datos y la diferenciación entre tipos de uso; entre las limitaciones, el tamaño reducido de la muestra y la falta de registro previo del protocolo. En conclusión, los resultados sugieren que los patrones específicos de uso nocturno del smartphone pueden actuar como biomarcadores digitales del riesgo suicida inminente. Esto abre la puerta a intervenciones “just-in-time” que no se basen en reducir el tiempo total de pantalla, sino en identificar momentos críticos y estilos de interacción. La investigación aporta una perspectiva innovadora para la prevención del suicidio en la era digital, donde la tecnología puede convertirse tanto en un riesgo como en una herramienta protectora.
Por Alfredo Calcedo 19 de noviembre de 2025
E l estudio analiza cómo la presencia de vegetación en el entorno se relaciona con las hospitalizaciones por trastornos mentales en siete países, a lo largo de dos décadas. Los investigadores encontraron que vivir en áreas más verdes se asocia con una menor probabilidad de ingreso hospitalario por problemas psiquiátricos, especialmente en trastornos como el abuso de sustancias, psicosis y demencia. En promedio, un incremento en la vegetación se vinculó con una reducción cercana al 7 % en las hospitalizaciones, aunque el efecto varía según el país y el tipo de trastorno. Los beneficios fueron más evidentes en entornos urbanos, donde la falta de espacios verdes es más común. El estudio estima que aumentar la vegetación en ciudades podría evitar miles de ingresos hospitalarios cada año, lo que sugiere un impacto significativo en la salud pública. Sin embargo, también se observaron diferencias entre países: mientras Brasil, Chile y Tailandia mostraron efectos protectores consistentes, en Australia y Canadá hubo asociaciones menos claras e incluso adversas en algunos casos. La relación entre vegetación y salud mental parece ser estable, lo que indica que cualquier incremento en áreas verdes podría aportar beneficios. Aun así, los autores advierten que el estudio es observacional y no prueba causalidad, por lo que se requieren más investigaciones para entender cómo influyen factores como la calidad, accesibilidad y tipo de vegetación. En conclusión, el trabajo respalda la idea de que aumentar los espacios verdes no solo mejora el entorno urbano, sino que también puede ser una estrategia preventiva frente a ciertos trastornos mentales. Esto convierte la planificación urbana y la inversión en naturaleza en una herramienta potencial para reducir la carga de enfermedad mental, especialmente en ciudades densamente pobladas. Comentado en Diario Médico .
Por Alfredo Calcedo 19 de noviembre de 2025
El artículo, publicado en El Médico Interactivo analiza cómo las redes sociales están impulsando la vigorexia , también conocida como complejo de Adonis, y el consumo de sustancias dopantes entre los jóvenes. Este trastorno se caracteriza por una percepción distorsionada del propio cuerpo y una obsesión por aumentar la masa muscular, lo que lleva a rutinas extremas de ejercicio, dietas restrictivas y, en muchos casos, al uso de anabolizantes. Las consecuencias pueden ser graves: desde daños hepáticos y cardiovasculares hasta problemas psicológicos como ansiedad y depresión. Las plataformas digitales, especialmente Instagram, TikTok y YouTube, juegan un papel clave en esta problemática. La presión estética se refuerza mediante modelos corporales idealizados y la búsqueda constante de validación a través de “likes”. Estudios recientes en España y Europa confirman un aumento significativo de síntomas compatibles con vigorexia, sobre todo en varones, aunque también afecta a mujeres. El entorno social y familiar contribuye a esta dinámica. Los gimnasios, convertidos en espacios de socialización, fomentan la competencia estética con comentarios que refuerzan la comparación. Asimismo, familias centradas en la apariencia, el acoso escolar y la falta de diversidad en los referentes deterioran la autoestima, favoreciendo conductas compensatorias. El dopaje con esteroides anabólicos androgénicos (AAS) es otro factor alarmante: hasta la mitad de los jóvenes con vigorexia recurre a estas sustancias para mejorar el rendimiento o reducir la fatiga. Su consumo se asocia a insatisfacción corporal, compulsión al entrenamiento y ansiedad social, además de efectos adversos como infertilidad, alteraciones psicológicas y dependencia. Frente a este escenario, la intervención temprana resulta crucial. Las enfermeras desempeñan un papel esencial en la detección en atención primaria, entornos escolares y deportivos, mediante cribados y entrevistas que evalúan la percepción corporal y factores emocionales. Además, programas educativos impulsados por la Red Española de Escuelas Promotoras de Salud Mental promueven la aceptación corporal y combaten los estereotipos digitales. La colaboración familiar y comunitaria, junto con protocolos de derivación, refuerza el seguimiento y reduce el riesgo de recaídas. En conclusión, la vigorexia y el dopaje entre jóvenes están en aumento, alimentados por la cultura digital y la presión social por ideales corporales y conductas disfuncionales normalizadas en gimnasios y redes sociales. La respuesta pasa por una intervención integral que combine prevención, educación y atención sanitaria especializada.