Una ley en Reino Unido para intentar que los menores hagan un uso seguro de internet

4 de septiembre de 2025

Noticia publicada en BBC News acerca de cómo el Reino Unido está intentando a través de la ley sobre seguridad online (Online Safety Act ) hacer que el uso de internet sea más seguro, especialmente para proteger a los menores en el entorno digital, equilibrando seguridad, privacidad y libertad. Desde el 25 de julio de 2025, en Reino Unido las plataformas digitales deben implementar medidas para proteger a los niños de contenidos dañinos como suicidio, autolesiones, trastornos alimentarios y pornografía.

Se han implantado medidas obligatorias para las plataformas. Las empresas deben:

  • Verificar la edad de los usuarios para evitar el acceso de menores a contenido inapropiado.
  • Modificar algoritmos para filtrar contenido perjudicial en los feeds infantiles.
  • Eliminar rápidamente material nocivo y ofrecer apoyo a los menores expuestos.
  • Nombrar a una persona responsable de la seguridad infantil y revisar anualmente los riesgos.

El incumplimiento puede conllevar multas de hasta £18 millones o el 10% de los ingresos globales, e incluso penas de cárcel para ejecutivos.

Las plataformas también deben combatir y eliminar contenido ilegal:

  • Abuso sexual infantil
  • Violencia sexual extrema
  • Promoción del suicidio o autolesión
  • Venta de drogas o armas ilegales
  • Terrorismo
  • Conductas coercitivas

Además, se han tipificado nuevos delitos como el “cyber-flashing” (envío de imágenes sexuales no solicitadas) y la difusión de pornografía “deepfake”.


Uso de internet por menores

Según Ofcom, niños de 8 a 17 años pasan entre 2 y 5 horas al día en línea. Casi todos los mayores de 12 años tienen móvil y consumen contenido en YouTube o TikTok. Aunque muchos creen que internet beneficia su salud mental, también reportan exposición frecuente a pornografía, violencia y contenido sobre suicidio o trastorno

Controles parentales disponibles

  • Redes como Instagram ofrecen cuentas “teen” con privacidad activada por defecto.
  • Dos tercios de los padres usan controles para limitar lo que ven sus hijos.
  • Ofcom y organizaciones como Internet Matters ofrecen guías para configurar controles en redes sociales, plataformas de vídeo y videojuegos.
  • Teléfonos y consolas permiten bloquear contenido explícito, limitar compras y controlar el acceso a apps.
  • s alimentarios.

Sin embargo, uno de cada cinco niños logra desactivar estos controles, lo que plantea desafíos adicionales para la protección infantil.



Por Alfredo Calcedo 5 de diciembre de 2025
Las decisiones sobre medicación deberían idealmente tomarse antes de la concepción . Se recomienda usar un solo fármaco a dosis óptima, evitando combinaciones y priorizando aquellos con menos metabolitos y menos interacciones. Las mujeres con trastorno bipolar presentan un riesgo 20 a 30 veces mayor de hospitalización posparto, y este periodo es crítico para recaídas o primeros episodios. Incluso la psicosis posparto puede ser expresión de un trastorno bipolar. El estigma sobre el peso y la imagen corporal agrava el riesgo: la insatisfacción corporal es uno de los principales predictores de depresión postparto (PPD). Se proponen intervenciones centradas en la aceptación corporal, la regulación emocional y narrativas realistas sobre el posparto. Opciones no farmacológicas: psicoterapia (CBT, interpersonal), grupos de apoyo, ejercicio, mindfulness, higiene del sueño, nutrición equilibrada, y estrategias ambientales para reducir estrés. También sugirió involucrar a la pareja y la familia, así como terapias como luz brillante, ECT para casos graves y rTMS, aunque estas últimas no cuentan con aprobación específica para PPD. En cuanto a fármacos, los antidepresivos tradicionales (ISRS, IRSN) son limitados por su inicio lento. Brexanolona, primer fármaco aprobado para PPD, fue retirada en 2025. Hoy, zuranolona es la única opción oral aprobada: un neuroesteroide que actúa sobre receptores GABA-A, administrado en dosis diaria junto a una comida rica en grasa. No debe usarse durante el embarazo y puede afectar la capacidad para conducir. Se recuerda que la preferencia del paciente es clave en el tratamiento de la depresión posparto.
Por Alfredo Calcedo 5 de diciembre de 2025
La tartamudez es un trastorno neurológico del desarrollo que afecta al 5 % de los niños y persiste en más del 1 % de los adultos. A pesar de su antigüedad —los egipcios ya la reconocían—, sigue sin terapias aprobadas y ha sido ignorada por la medicina y la ciencia. Este trastorno no solo impacta la comunicación, sino también la calidad de vida, con alta comorbilidad con depresión, ansiedad social y otros cuadros como TOC, TDAH y tics. La tartamudez no es una condición única, sino un espectro, y afecta a distintas estructuras cerebrales: los ganglios basales regulan el inicio del habla, la amígdala intensifica la respuesta al estrés y el sistema lateral puede activarse mediante estrategias como el canto, que evita el circuito estriatal. La etiología es múltiple, con un fuerte componente genético y hallazgos recientes como mayor depósito de hierro en el cerebro. En cuanto al tratamiento, los antagonistas dopaminérgicos muestran eficacia, especialmente en jóvenes. Entre los fármacos mencionados figuran haloperidol, pimozida, risperidona, ecopipam y gemlapodecto, aunque faltan protocolos estandarizados y métricas robustas. Expertos proponen utilizar la Evaluación Breve de Tartamudez (BSA) para medir gravedad e impacto en la vida diaria. El abordaje actual incluye tratar comorbilidades, intervenir temprano con terapia del habla o medicación, eliminar fármacos que empeoren los síntomas, aplicar terapia cognitivo-conductual y atender el trauma asociado. Para optimizar resultados, subrayó la necesidad de colaboración entre psiquiatría, neurología, neurociencia y logopedia.
Por Alfredo Calcedo 5 de diciembre de 2025
La creencia popular sostiene que las crisis económicas disparan la criminalidad, mientras que la prosperidad la reduce. Sin embargo, la historia estadounidense contradice esta idea. En The Roots of Violent Crime in America , el autor analiza seis décadas —de 1880 a 1940— para demostrar que la relación entre economía y violencia es mucho más compleja. Durante el siglo XIX, las ciudades crecieron vertiginosamente, abarrotadas de inmigrantes pobres, viviendas insalubres y gobiernos corruptos. Las condiciones parecían ideales para una ola de crímenes violentos. Sin embargo, las tasas de homicidio eran sorprendentemente bajas, y delitos como el robo a mano armada eran tan raros que un atraco en el Bronx podía ocupar titulares durante una semana. Por el contrario, en los años veinte, una época de bonanza económica, los homicidios se dispararon hasta niveles comparables a los de finales del siglo XX. Prohibición y guerras entre bandas influyeron, pero no explican por completo el fenómeno. La Gran Depresión refuerza la paradoja. Tras el colapso de 1929, con millones de desempleados y familias sin ingresos, cabría esperar un auge de violencia. Las cifras subieron al inicio, pero luego cayeron incluso durante la “Recesión Roosevelt” de 1937, cuando el desempleo volvió a aumentar. Tras la Segunda Guerra Mundial, el patrón se repitió: la violencia creció en épocas de prosperidad, como los años sesenta, y descendió en recesiones recientes. ¿Por qué? Porque los crímenes violentos —salvo el robo— rara vez obedecen a motivos económicos. Surgen de emociones intensas: ira, celos, agravios personales, a menudo potenciados por alcohol o drogas. Factores como la demografía juvenil, la debilidad del sistema judicial, la presencia de grupos violentos y la disponibilidad de armas pesan más que el ciclo económico. En suma, la historia desmiente el mito: la violencia no sigue el pulso de la economía, sino el de la sociedad.